Nace el sol sobre el río en primavera. Allá lejos, sube al escenario un pelado y vomita unos cuantos chistes malos mientras una señorita poco elegante aplaude desde la butaca sin dejar de reír. En un barrio del conurbano, mate de por medio, una anciana con lentes y revuelto pelo canoso relata una historia de amor prohibida de los años ´50 mientras su nieta adolescente escucha con tanta atención que se le desbordan los ojos de la cara. Acá en mi sillón, yo insisto en vaciarme sobre un cuadernito de colores aunque nadie lea. Insólitamente.
(Para que se genere una relación deben existir dos partes. No puedo abrir paso a la escritura sin que exista un lector, sería como ponerse a escuchar una canción sin que ningún acorde retumbe).
Pienso que todos cargamos con buenas historias para contar, y que esas historias no se tornan auténticas y efectivas si nadie las conoce. No tengo derecho a a seguir en silencio. Relatar en mi vida es eso que completa los blancos y silenciosos espacios, lo que hago cuando el volcán interno entra en erupción.
(Ahí están ellas palpitando sobre el papel... palabras, montones de palabras, montoncitos de letras jugando a formar palabras. Palabras atractivas, palabras graciosas, palabras peligrosas. No las sé emplear como mediadoras de asuntos importantes, prefiero barajarlas para recrearme).
Entonces, si voy a acoplar un sinfín de palabras qué mejor que dirigirlas a quien realmente las hará propias agregándole el matiz adecuado.
En ese baúl de recuerdos donde atesoramos un millón de experiencias, yo guardo con delicadeza absoluta los ojos de todas aquellas personas que vienen del mismo planeta del que llegué alguna vez.
Suprimo todo lo irrelevante y ruego que se desvanezca lo que alcanza a desmoronarme, pero soy propietaria de una particular memoria emotiva: Con una imagen rápida y fugaz como un rayo me remonto a unos años atrás y se esboza el recuerdo.
(No es que pasó tanto tiempo, sólo que tiendo a eternizar los momentos más dichosos).
Rápido como coser un botón y espontáneo como un estornudo, fuimos formando un mundo completo y ficticio que, por impresiones intensas, logramos que el mundo real se torne minúsculo con esta Amistad capaz de mutar en fortín si los embates de la vida se mellan.
Un abrazo y la muerte, un perdón y la lluvia, el amor y la primavera pasan sin previo aviso. El choque de dos almas que deben caminar a la par también.
No fue una cuestión azarosa: El principio de curiosidad apasionada nos rige y ambas nos propusimos el viajar como ley primera. Veníamos con angurria de mundo y ejercitando el arte del encuentro nos unió la vocación.
Ella traía colgando la sonrisa, los gestos exagerados y las ganas de ser. Yo despreocupada, nunca funcionando a voluntad, sobrevivía al caos.
Asumo ante todo los cargos de los que se me pueda acusar: No hay objetividad alguna en este relato, siento una profunda admiración y un cariño que es recurso inagotable por la muñeca de la caja de cristal.
Con iguales proporciones de furia estrellada y fragilidad a la órden del día, ella es de esa clase de muñecas que yo gastaba horas de mi infancia observando.
No había objeto que se hiciera más amo de mi total atención que una cajita musical. Roza el punto de la fascinación el posar los ojos sobre esa bailarina que danza al ritmo de una armonía con dejos de nostalgia.
Ella es esa muñeca fabulosa con la que no juega cualquiera. Tampoco está hecha para eso.
Como un libro sin leer, marcha sin etiquetas, de carne y de piel, con aroma a té de vainilla y sin garantías de finales felices. Ella, que busca la vereda del sol con un paraguas en la cartera y se descalza sobre el paño tibio porque le teme al frío de la cerámica. Tiene la gracia de aquel que vibra aunque no se produzca el roce y con cada secreto compartido conquistó mi amistad eterna.
(Algunas sensaciones son tan difíciles de describir, están tan adentro de uno, en lo más hondo de lo hondo hundido).
No hacen falta entre nosotras protocolos ni explicaciones pero, sin esfuerzo, puedo sacar a la luz mi parte más cursi y decir que vale la pena ser un par de soñadoras que galopan contra la corriente. Como los pájaros que son tan libres de ir donde quieran, pero que eligen volar siempre en bandada, nosotras escogimos esta gran fidelidad a los actos más simples, una historia compuesta desde las lágrimas más húmedas hasta tornar ese mar en un desierto árido de risas.
Compartimos luces y sombras, trepamos montañas, nos mojamos los pies, contemplamos mucho el cielo. Algunas noches nos dejamos llevar por la marea y otras nos dedicamos con esmero a resistir el torrente cotidiano. Siempre como líneas paralelas, siempre de la mano muy fuertemente agarradas demostrando que dos es frecuencia y esperanza que rodea hasta las pupilas.
(No todo es pura suerte, el monocromatismo gris puede pecar de insolente y hacer que deje de tirar la moneda para refugiarme en su hombro cuando estoy en la cuerda floja y no quiero ser la principal atracción del circo. A veces también la gravedad hace su efecto y empuja su cabeza hacia abajo. En proceso de reconstrucción de su ser también me aclama. Es imposible que no nos despertemos al escucharnos, descubrimos que nuestros latidos son capaces de resonar en sicronía perfecta)
De todo mi mundo conocido, pocas cosas son las que me empeño en complicar pero admito que después de procurar por cada rincón me resigné y entendí que si hay algo que no viene con manual es la vida. Cada paso consiste en ensayo, en altibajos donde se toca suelo y cielo, pero es más beneficioso quemarse que lentamente ir apagándose.
(El corazón recrimina que no pensemos tanto ni nos atemos a prejuicios, seguir el ritmo de los latidos y que las manos aplaudan la conciencia)
Entonces sólo soy dueña de demandarte un favor: no te permitas escatimar en sensaciones, no desestimes expresiones de felicidad, no dejes de soñar con caminos polvorientos y pintá cada rincón con crayones de colores.
Con quietud sorprendente, cierro los ojos y se forma un pensamiento vagabundo.
Ansío que la viajera siempre pueda enamorarse y desencantarse, convertir lágrimas en cascabeles, no exigir zurcidos para remendar lo que no pudo ser.
(Escaparse del espacio seguro para debilitar al miedo que mete miedo es también correr el riesgo de diversificar charcos de aguas azules con la intensidad a cuestas).
No importa cuánto mide la verdad ni cuán cortas tienen las patas las mentiras: buscar mil motivos para batallar desafíos, hace que cualquier tormenta valga la pena porque el tiempo se nos pasa, y el muy decidido no se arrepiente de irse para no volver nunca más
(¡No siente remordimiento de irse así como así? Lava sus culpas en el río, ¡es un desagradecido!)
Hoy vemos lo que somos y no nos parecemos en nada a lo que íbamos a ser, y sin embargo, en momentos de iluminación nos descubrimos mujeres plenas, independientes y capaces de lograr cualquier propósito.
Sí, puedo ponerme aún más cursi y afirmar que muchas de estas cosas no hubieran llegado a ser sin esa amiga que es caricia y paciencia, serenidad y estímulo, paleta de acuarelas siempre radiante.
Este presente verde está en plena maduración y cosechando como hormigas laboriosas vamos pisando un futuro multicolor que nos espera con los brazos abiertos.
(Yo estiro mi mano, así de cálidamente como fue nuestro primer encuentro, con la tajante fe de creer que todavía queda magia en el mundo)
Aplaudo sus pasos cuando zigzaguea el camino porque sé que no existe ráfaga que la tumbe. Ella que golpea al encuentro consigo misma, se sacude la piedra del zapato y deja su pelo al viento.
Ella todo corazón/toda luz, aún no se dio cuenta que merece volar... en lo que va de tiempo, ya le crecieron alas.
Afuera y de la mano, siempre hace calor. Te amo Lit!